Ya llegó el otoño hace algún tiempo, se nota el frío por las calles, anunciando el no tan lejano ya invierno. La gente ya no sale tanto de su casa, no hay tanta gente como en verano por las calles y se prefieren lugares cómodos y calientes. En este ambiente, el 31 de octubre se producirá una de las fiestas más conocidas del año, el Halloween, celebrada distintamente en cada país. Para unos es sinónimo de ritos y creencias ancestrales, de adoración a los difuntos, para otros, una fiesta en la que los disfraces, dulces y el terror es la espina dorsal de esa noche; una fiesta sagrada y una fiesta comercial. Se trata de una noche especial, a la que con sólo referirnos a ella, nuestra infinita imaginación nos lleva a los bosques oscuros entre los celtas, a los mundos en que elfos y duendes, enanos y hadas se mezclan todos en uno, también nos vienen a la cabeza escenas de películas de terror que han marcado una especie de tópico respecto a ese día, en el que parece que todos somos perseguidos por fantasmas vengativos que vienen del más allá en busca de venganza por un acto pasado (¡como si no tuvieran otra cosa que hacer!). Es en esta noche singular donde nuestros ancestros decían que se abría una puerta al otro lado, a la muerte, y esas dos dimensiones quedaban juntas durante algunas horas...
Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo irlandés había un monje llamado Jack. Jack según algunas leyendas era un tipo alto y delgado, que le gustaba gastar bromas y hacer maldades. Pero era un hombre astuto, y tanto lo creía él, que hasta hizo un pacto con el diablo. El pacto, cuentan, consistía en que el diablo no lo dejaría ir al infierno si Jack hacía el mal en la tierra. Y así fue. Pero jack era mortal, y como a todos los mortales le llegó su hora. En el cielo no lo dejaron entrar, no podían dejar entrar a un ser tan malo, y claro en el infierno el diablo cumplió su parte y no le dejó pasar, pero dio a Jack una linterna, una peculiar linterna en compensación por todo el mal causado. Esta linterna consistía en un nabo hueco con un carbón que sería incandescente por siempre. Y desde entonces se cuenta que Jack (conocido por Jack of the Lantern, Jack de la linterna) deambula por el mundo con su linterna en busca de un lugar donde descansar.
La verdad es que esta es una versión de la conocida leyenda de Jack of the Lantern o Jack-o-Lantern, pues existen infinidad de variantes. Por ejemplo, existe otra variante de la leyenda en la que Jack hizo una broma al diablo; le hizo trepar por un árbol seco y quedó encerrado en su tronco. A cambio de su libertad, el diablo le tendría que dejar de tentar con la bebida. Y claro, como había sido una persona que había cometido malas acciones, y como el diablo en venganza por la broma no le dejó entrar, se quedó por "ahí", vagando eternamente con su linterna.
La linterna era a base de nabo, entonces... ¿de donde viene la calabaza? Cuando llegaron los primeros colonos ingleses e irlandeses, tenían la tradición del nabo, pero se encontraron con la calabaza. Ésta ofrecía mejores características que el nabo: en primer lugar es más grande que un nabo y se puede introducir una vela, dando más luz; en segundo lugar proporciona más alimento; y en tercer lugar es más vistosa. Existe también la leyenda que se recorta la calabaza en forma de monstruo y se enciende una vela dentro para que Jack, Jack el de la Linterna, no se acerque a esa casa, empuñando su eterna luz para ver en las tinieblas...
Como ocurre en la historia de las fiestas, son muchas las que han tenido que cambiar con la llegada del cristianismo. Y lo mismo ocurre con el año nuevo celta. La Iglesia, quiso quitar esta fiesta, y en su lugar pone la fiesta de Todos los Santos, en conmemoración de todos los santos anónimos , es decir, todos los santos que, bien no se sabe el nombre o los datos sobre ellos son confusos. Se puso en esa fecha para evitar que coincidiera la celebración por los muertos el mismo día (el día de todos los difuntos es el 2 de noviembre). Finalmente es en el siglo VIII cuando se instituye oficialmente la festividad de Todos los Santos por el episcopado franco (siendo gracias a Alcunio, consejero de Carlomagno, la gran difusión). En el siglo IX el emperador Ludovico Pío, a petición del Papa Gregorio IV la extiende por todo el reino franco, instituyéndose durante la Edad Media poco a poco en más países. Es en el año 1475 cuando el Papa Sixto IV la hace obligatoria.
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